María, la dama descorazonada. RELATO DE TERROR.
La otra noche estaba de botellón con los
amigos en La Plaza de la Merced. El güisqui se deslizaba por mi garganta
periódicamente. El viento frío del mes de enero azotaba mi cara y, mi mano
derecha que sujetaba el vaso, estaba empezando a ponerse morada. Entre risas y
charlas, se fue la luz de las farolas de la plaza, todo se quedó en silencio y
un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. El viento soplaba más fuerte de lo
normal, solté el cubata e intenté encender un cigarro sin éxito. Poco a poco la
gente siguió con sus charlas y sus copas. Nunca había visto la plaza a oscuras.
Empecé a pensar que si eso me hubiese pasado solo, sin nadie más en la plaza...
me imaginé solo en mitad de la plaza, completamente a oscuras, con una cerveza
en la mano y con un cigarrillo en la boca. Ya estaba otra vez apartándome de
todos e iba a empezar a inventar una de mis historias, cuando la voz de Antonio
me sacó de mis pensamientos.
—¿Conocéis la historia de María, la dama
descorazonada?
Los compañeros de botellón pusieron cara
de indiferencia y movieron la cabeza de un lado a otro. Yo no me moví y, como
sabía que de todas formas Antonio iba a contar su historia, decidí volver a
intentar encender el cigarrillo. Esta vez el viento me dio una tregua y pude
encenderlo. Llené mis pulmones de humo y afiné el oído para escuchar el relato
de Antonio...
—Cuenta la leyenda, que una noche de
verano...
Antonio nunca ha sido un buen narrador
y, si no fuese porque una vez la vi (a La Dama Descorazonada), no le habría
creído. Voy a intentar relatar la historia algo mejor de lo que lo hizo
Antonio.
Era una noche de verano. María estaba en
casa, sola y pensando en su novio Juan. María tenía diecinueve años, la piel
suave y blanca. Una melena rizada y desobediente de pelo negro le caía sobre
los hombros. Sentada en la cama con los brazos rodeando sus suaves y delgadas
piernas, la cabeza ladeada y apoyada en sus rodillas. No era la primera vez que
se encontraba sola, ya que Juan era muy dado a irse con sus amigos y olvidarse
de ella. Juan tenía veinticuatro años, de rostro serio pero bello, con el pelo
rapado, sus hombros eran anchos y le daban un porte imponente.
María se imaginó en la cama con Juan.
Como le quitaba la ropa interior y la abrazaba. Pudo sentir el aliento de Juan
en su cuello. Se soltó las rodillas y se tendió en la cama. Sus manos, como
tantas otras noches de soledad, se dirigieron hacia su vagina, pero de pronto
abrió los ojos y subió las manos hasta la altura de su ombligo. Imaginó como
tantas otras veces había hecho, que Juan le era infiel. Se lo imaginó en una
enorme cama, desnudo con dos mujeres. Pero esa noche su corazón no sintió
impotencia, ni tristeza, ni amor. Esa noche María sintió dentro de ella un
fuego que le quemaba el alma. Sintió celos, luego ira, y ganas de matar a las
dos amantes imaginarias. De un salto se levantó de la cama, se puso unos
vaqueros, una camiseta negra con la cara de una bruja en la parte delantera,
unas botas militares y, salió en busca de Juan. Sabía muy bien por donde
estaría, ya que no era tonta ni sorda, aunque
se lo hiciera delante de los cuchicheos de sus amigas.
Eran muchas las mujeres con las que Juan
había engañado a María, en relaciones de una sola noche o duraderas. Aquella
noche Juan estaba con una chica de unos veintisiete años. Tenía la piel morena
y un tiente rubio cubría sus cabellos negros. Juan y su acompañante salieron de
un bar y, al doblar una esquina... Juan se quedó parado, la rubia lo miró y vio
su cara de terror. Completamente pálido y con los ojos muy abiertos mirando al
frente. Cuando la falsa rubia miró al frente se fue la luz de toda la calle y,
la luz de la luna llena iluminaba frente a ellos, a una chica con vaqueros y
una camiseta negra con la cara de una bruja. El blanco de su piel era
incrementado por la luz mortal que la luna proyectaba sobre ella. Sus cabellos
negros, rizados y alborotados por el viento le caían por la cara. Durante una
fracción de segundo algo brilló en su mano. María estaba a punto de abalanzarse
sobre Juan, pero en el último momento el amor que sentía por él, la hizo correr
cuchillo en mano hacia la inocente amante, en vez de hacia el amante traidor.
Juan se adelantó a María y la agarró. Forcejearon y el cuchillo se clavó en la
cara de la bruja, justo al lado del ombligo de María. La chica retrocedió unos
pasos agarrando el cuchillo que aún seguía clavado en su vientre, pero le dolía
más ver a la amante llorando y abrazada a Juan que la herida mortal que tenía
en el estómago. Juan se adelantó para ayudar a María, pero unas nubes negras
taparon la luna y todo quedó en una impenetrable oscuridad. Empezó a caer una
lluvia torrencial y todo el que estaba en la calle corrió a refugiarse. Todos
menos Juan y la rubia, que se quedaron inmóviles mirando a la oscuridad. De
repente se encendieron las luces de las calles y en el lugar en el que había
estado María solo quedaba una leve mancha roja que se la terminó de llevar a una
alcantarilla el agua de la lluvia.
Nunca más se volvió a saber de María.
Unos dicen que ahora es una drogadicta y que anda siempre en busca de droga que
le ayude a olvidar su amor por Juan. Pero yo no lo creo, yo creo la otra
versión. Ya os he dicho antes que la vi.
Cuentan que María no sólo perdió la vida
aquella noche, sino que perdió su alma y su corazón. Y ahora vaga por las
calles del centro de Málaga cuchillo en mano, matando a todas las amantes con
las que los hombres engañan a sus mujeres. Sí, os juro que la vi. Había
terminado de mear en una esquina y vi por un instante a una chica con vaqueros
y una camiseta negra con la cara de una bruja. La barbilla de la bruja tenía
una mancha roja tirando a negra. Los cabellos le caían por su cara verde putrefacta
y en la mano empuñaba un cuchillo manchado con sangre roja y clara que goteaba
en el suelo.
Puedes encontrar este y otros relatos en mi libro:
María, la dama descorazonada y otros relatos de amor y desamor.
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